Ya se perfila un nuevo individuo, una nueva raza humana;
este movimiento no tiende hacia el hombre ético, político
o humanista, sino hacia el hombre artista, sólo él será capaz
de vivir y de actuar insaciablemente en los torbellinos
y las tempestades de la nueva época,
hacia la que tiende irresistiblemente la humanidad.
(Aleksandr Blok, “El naufragio del humanismo”, 1919)
En el arte y en la ciencia no somos leña,
sino las cerillas con que se prenden las hogueras.
Por tanto, ten cuidado con tus manos para no quemarte.
(Víctor Shklovski, Сartas para mi nieto, 1974)
El contexto histórico e internacional de las primeras cuatro décadas del siglo XX es un tiempo de enormes transformaciones en todas las dimensiones (políticas, económicas, sociales, filosóficas y culturales) de la vida humana. El impacto de los hallazgos científicos en la vida cotidiana, el paso de la sociedad agraria y tradicional a la sociedad industrial, y la Primera Guerra Mundial que sacudió todos los conceptos del hombre sobre sí mismo y sobre el mundo, dieron inicio a una época caracterizada por la sensación de una inminente catástrofe, de una profunda crisis de los valores tradicionales que existían durante épocas anteriores, tales como la verdad, la belleza y la bondad, entre otros. El nuevo tipo de cultura, que había surgido incluso antes, a finales del siglo XIX, y que llegó a llamarse modernismo, fue provocado por un sentimiento que permanecía entonces en la sociedad europea: el de la profunda decepción y una duda enorme de alcanzar la armonía universal. Ese concepto filosófico fue desarrollado en el pensamiento de Schopenhauer y Nietzsche y, en literatura, en la “novela polifónica” de Dostoievski. La cultura rusa, al igual que la europea, se encontraba en búsqueda de comprender los profundos cambios sucedidos y desarrollar nuevas formas en la literatura y las artes.
Las vanguardias históricas: una unión entre el arte y la vida
Durante el primer tercio del siglo XX el modernismo es un movimiento dominante en el proceso literario: el acmeísmo sustituyó al simbolismo, estaba cobrando más fuerza el expresionismo que había llegado a cambiar el impresionismo, ascendía el dadaísmo que se transformó en el surrealismo y se estaba gestando la estética del absurdo que obtuvo su mayor desarrollo en la obra artística y literaria de las vanguardias rusas y, en concreto, en el grupo “OBERIU”. Es un período histórico en el que nos encontramos con la irrupción fulgurante de numerosas figuras de gran talento que se dedicaron a la literatura y a las artes (lo que, por razones políticas bien sabidas, a muchos ellos les costó la vida). Ese momento de esplendor intelectual ha venido a denominarse como la Edad de Plata de la cultura rusa.
La intervención de los intelectuales en las transformaciones políticas y sociales se produjo a un nivel más profundo. Las vanguardias históricas promovieron la idea de soberanía del creador, que no debía tener en cuenta ningún límite y ninguna tradición, contribuyendo de tal manera a la victoria de la revolución, el establecimiento del nuevo régimen y la creación de un ideal sobrehumano del superhombre. Los nuevos dirigentes políticos, formados por bolcheviques, como los artistas de vanguardia, apuestan por la acción de la voluntad humana en detrimento de las leyes de la historia y la naturaleza. Se ven claramente aquí unos aspectos del concepto nietzscheano que influyeron en el discurso soviético, como la “voluntad de poder” que marcó la forma de pensar de los que se sintieron atraídos por la revolución, y tomarse al pie de la letra la frase “no hay hechos, sólo interpretaciones”, lo que poco tiempo después se convierte en la doctrina cultural y el método artístico del realismo socialista.
A finales de los años 20 e inicios de los 30 se dieron algunos indicios de una crisis en la que estaba entrando la cultura modernista. Dado que la consciencia colectiva estaba agobiada por las impresiones apocalípticas de la realidad, por lo que se aspiraba a encontrar la claridad y estabilidad en el entorno, la orientación hacia la estrategia del Caos, durante la década de 1930, sufrió muchas críticas. Víctor Shklovski, lingüista y uno de los fundadores del formalismo ruso, sostenía que en las obras de Eisenstein, Bábel, Mandelshtam y Tyniánov perduraba la estética de la vanguardia que entonces, en 1932, resultaba poco productiva; afirmaba que el tipo de cultura (tradicional) era estereotipado, barroco.
El formalismo ruso y su problemática
Los formalistas rusos eran un grupo de poetas, filólogos y críticos literarios que buscaron crear |
Víctor Shklovski |
una “ciencia” de la literatura. El movimiento, cuya actividad fue muy vinculada a las vanguardias, existió de 1914 a 1930. Hay que decir que el destino del método formalista en su país de origen no fue inicialmente tan exitoso como en el extranjero, donde se convirtió en una fuente fecunda para los distintos proyectos, corrientes y movimientos que surgirían posteriormente. La década de 1920 fue una época en la que los formalistas tuvieron su mayor esplendor creativo. Ya hacia finales de los años 30 su actividad artística e intelectual fue relegada al margen de la historia soviética. Muchos de ellos terminaron sus vidas en los años del terror: Vsévolod Meyerhold y Alexei Gan, entre ellos. Otros pudieron emigrar y se quedaron en el extranjero para siempre (como Román Jakobson), y sólo unos pocos tuvieron más suerte: sus trabajos no fueron olvidados por completo y de vez en cuando llegaron a publicarse las colecciones de sus obras. Hay que decir que a pesar de que los miembros de este movimiento intelectual tenían estrechas relaciones profesionales y de amistad, sin embrago, el grupo que componía el formalismo ruso no era homogéneo. El formalismo fue la primera generación que comprendió la cultura de una manera sintética, haciendo saltar las barreras disciplinarias. Sosteniendo que cada área de la creación artística tiene sus rasgos específicos, estos autores no vieron en el conocimiento especializado un obstáculo sino, al revés, una base para las intervenciones intelectuales en las disciplinas cercanas o lejanas de la cultura. La unión de diferentes ideas se convirtió en uno de los principios centrales del pensamiento formalista. Algo que podemos observar en los contrapuntos de Serguéi Eisenstein, los contrarrelieves de Vladímir Tatlin, los montajes de Dziga Vértov, los proyectos arquitectónicos de El Lisitski, los collages de Aleksandr Ródchenko y los “desplazamientos” de Román Jakobson. Adelantando ideas sobre el “desplazamiento de paradigma” (el concepto desarrollado más tarde por Thomas Kuhn) y “la interrupción de historia” (por Michel Foucault), los representantes del formalismo ruso además proponían su propia visión de la historia, comprendiéndola no como un proceso de paulatina evolución sino como un salto, un desplazamiento. La fusión entre el arte y la vida fue crucial en el primer momento de las vanguardias. En 1918 se inició un intensivo programa de formación de artistas-diseñadores. Aparecieron nuevas escuelas, talleres de artes superiores y formación profesional, llamados VKHUTEMAS, y la propia utilización de tal abreviatura, bastante común en la Unión Soviética, representa, en cierta medida, una demostración etimológica de su simpatía por la tecnocracia moderna. El programa para estas escuelas fue organizado inicialmente por Vasili Kandinski. Basado fundamentalmente en una amalgama de ideas expuestas en su libro De lo espiritual en el arte, el suprematismo y los conceptos incipientes del constructivismo conocidos como “cultura de los materiales”, más tarde se convertirían en el prototipo para los cursos de la Bauhaus alemana.
Hay que decir que la desincronización entre el tiempo y el talento que padeció esta generación, se debe, en gran medida, a la propia naturaleza del impulso vanguardista que se había propuesto a la sociedad. Este factor, por un lado, supuso un estímulo para las inquietudes intelectuales, activando la energía creativa de estos investigadores, pero, por el otro, los condujo a la introspección y al confinamiento en una especialización forzada.
Con todo ello, hay que decir que durante la década de 1920 el método formalista tuvo mucha repercusión en la crítica literaria y los estudios filológicos. Así pues, en 1924, diez años después de la publicación del emblemático artículo de Shklovski “La resurrección de la palabra” (con el que se crea fundamento para el estudio y desarrollo del método formal), fue editado el catálogo completo de libros sobre el formalismo publicados hasta entonces. Las revistas LEF (y El Nuevo LEF), KinoFot, El Cine Soviético y La Arquitectura Contemporánea fueron los principales medios en los que los formalistas con frecuencia publicaban sus textos. En ese período la escuela formal rusa vive su momento de apogeo.
Pero a partir de los años 30 la situación ha cambiado totalmente. Las revistas artísticas fueron cerradas o su contenido fue sometido por completo a los intereses del nuevo régimen político. Los fervientes debates fueron desplazados por un silencio involuntario que duró hasta mediados de los años 50.
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La "Torre" de Tatlin |
La transición hacia la estética posmoderna
A inicios de los años 30, en la creación artística y literaria de la Rusia soviética aparecieron dos tendencias que hicieron que el modernismo saliera de la crisis en la que se encontraba: el realismo socialista y el postmodernismo. El realismo socialista fue convertido por la dictadura ideológica en una cultura dominante cuyo poderío duró más de treinta años. Debido a la severa censura de este período, campos de conocimiento como la filosofía, la historia, la psicología y la teología no pudieron seguir su desarrollo. Por lo tanto, algunas de sus funciones, en cierto modo, las tenía que cumplir la literatura. El arte en general tenía un principal objetivo, que era contribuir a la formación de la conciencia del lector y al clima moral en la sociedad. Sobre ese rol del artista y su actitud creada en estas circunstancias, Yevgueni Yevtushenko escribió en uno de sus poemas: “El poeta en Rusia es más que un poeta”. Desde el punto de vista del estilo, la corriente del realismo socialista resulta paradójica. Por un lado, la orientación hacia las formas vigentes en la cultura popular y el folclore ruso causaron el descenso del nivel estético de las obras literarias, pero, por el otro, permitieron una difusión masiva de los objetos culturales entre las amplias capas de la sociedad soviética.
En la época del deshielo ha surgido una nueva ola de interés por el formalismo (con la publicación –por primera vez– de los artículos de Serguei Eisentein). La Escuela semiótica de Moscú y la Escuela de Tartu, creadas posteriormente en los años 60, en mucho, basaron sus estudios en un diálogo con los autores del método formalista. Al mismo tiempo, la obra poética de autores como Dmitri Prigov, Lev Rubinshtein, Vsévolod Nekrasov, Mijaíl Sujotin y Timur Kibirov, entre otros, se remonta, en parte, a la tradición artística del grupo “OBERIU”. En las obras de los escritores que han seguido la tradición de “OBERIU”, el efecto metafórico se logra a través de la compresión artificial e irónica de los signos culturales y los códigos convencionales que influyen en la conciencia actual. Poco a poco la repetición y las citas se convierten en un hábito, y, a base de ellas, se crea una nueva lírica para la que un extrañamiento irónico es un principio y no el final del camino. El postmodernismo pone énfasis en lo ilusorio de la realidad objetiva. Las direcciones del mundo real están sustituidas por los signos culturales que, en realidad, son simulacros. Finalmente, en una obra postmoderna el mundo está representado como si fuera un texto (todo lo contrario a lo que podemos ver en una obra clásica, donde el texto se presenta como una representación del mundo real).
Este texto es una parte del artículo publicado en la revista Cuadernos de rusística española. El artículo entero se puede leer en la página oficial de la revista pinchando el enlace:
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