· Entrevista ·
El periodismo como filosofía de vida
Luis María Anson, periodista de renombre y uno de los escritores más relevantes de España, es un hombre con una gran experiencia en el mundo periodístico. Entre los distintos cargos que ha ocupado se encuentran la presidencia de la agencia de información EFE, la dirección de grandes cabeceras como ABC y La Razón, y de la famosa empresa de telecomunicaciones Televisa España. Actualmente preside el suplemento El Cultural de El Mundo y el periódico digital El Imparcial. En la entrevista Luis María Anson nos revela las claves de su profesión, habla del estado actual del periodismo en España y cuenta cómo fue a Moscú para conocer a Pasternak.
¿Cómo decidió dedicarse al periodismo?
Tenía doce años cuando publiqué mi primer artículo, que era sobre Leonardo da Vinci -lo cual tiene su gracia a esa edad- y después dirigí una revista del colegio. En casa querían que yo me dedicase a la arquitectura, porque entonces el periodismo era una profesión muy cuestionada, pero yo no tuve ningún momento de vacilación para dedicar al periodismo toda mi vida, dejando aparte las tentaciones que he tenido de muchas empresas y, todavía más acuciantes, las tentaciones políticas. El periodismo es una meta en sí mismo y no un trampolín para saltar a la empresa o a la política.
Tenía doce años cuando publiqué mi primer artículo, que era sobre Leonardo da Vinci -lo cual tiene su gracia a esa edad- y después dirigí una revista del colegio. En casa querían que yo me dedicase a la arquitectura, porque entonces el periodismo era una profesión muy cuestionada, pero yo no tuve ningún momento de vacilación para dedicar al periodismo toda mi vida, dejando aparte las tentaciones que he tenido de muchas empresas y, todavía más acuciantes, las tentaciones políticas. El periodismo es una meta en sí mismo y no un trampolín para saltar a la empresa o a la política.
¿Qué es lo más difícil en el trabajo de un periodista?
Lo que tiene que tener el periodista es, sobre todo, la curiosidad permanente. Pero muy probablemente lo más difícil sea la parte científica del periodismo: conocer los distintos nichos sociales. Por eso es muy importante hacer encuestas, estudiar las características que tienen los lectores, saber cómo reaccionan. Cuando yo estaba dirigiendo ABC, durante quince años, esa fue mi preocupación sustancial.
¿Es posible enseñar a ser un buen periodista o es un talento?
Creo que todas las profesiones tienen una parte de vocación indudable. Pero no estoy de acuerdo con que el periodismo no se aprende. Estoy seguro de que precisamente en la universidad se estudia la filosofía del periodismo: darse cuenta de la importancia y la trascendencia que tiene, de su incidencia en la vida social. Lo que luego requiere que un periodista sea responsable con relación a ese sentido ontológico de la profesión.
¿Es posible enseñar a ser un buen periodista o es un talento?
Creo que todas las profesiones tienen una parte de vocación indudable. Pero no estoy de acuerdo con que el periodismo no se aprende. Estoy seguro de que precisamente en la universidad se estudia la filosofía del periodismo: darse cuenta de la importancia y la trascendencia que tiene, de su incidencia en la vida social. Lo que luego requiere que un periodista sea responsable con relación a ese sentido ontológico de la profesión.
En mi opinión, es altamente conveniente que los aspirantes a periodistas pasen por las facultades de ciencias de la información. Hay cuestiones que están en estos momento completamente descuidadas como, por ejemplo, la libertad de expresión, que es la clave de nuestra profesión y de una democracia bien entendida. Hoy tenemos una buena parte del mundo africano y asiático, más algunas naciones iberoamericanas, que están absolutamente cuestionadas, heridas y deterioradas. Incluso, si vemos países como España, Inglaterra, Noruega u Holanda, donde constitucionalmente está consagrada la libertad de expresión -y hay un ejercicio real de ésta- todavía los condicionamientos políticos o empresariales hacen que no se respete suficientemente el derecho a la información que tienen los ciudadanos. Y que es administrado por nosotros, los periodistas.
¿Diría Usted que estamos presenciando la muerte de la prensa en papel?
Hace diez o quince años el periodismo podía ejercer sus funciones –la de información y la de contrapoder- en un noventa y cinco por ciento. Hoy lo estaremos ejerciendo en apenas un sesenta por ciento, porque la crisis económica, por un lado, y la transformación digital, por otro, han afectado especialmente a los medios de comunicación. Los periódicos más potentes tienen unas deudas terribles, tanto El País como ABC o La Vanguardia. Naturalmente, así no se puede ejercer el periodismo con la independencia que sería de desear.
¿Qué género periodístico destacaría como su favorito?
Al margen de ser una ciencia de información, el periodismo es un género de la literatura y, por lo tanto, produce belleza, un placer puro, inmediato y desinteresado. Yo cultivo todos los géneros periodísticos, pero en el que he hecho más cosas ha sido el artículo. También, siendo un corresponsal de guerra he hecho muchas crónicas, lo que me pareció interesantísimo. Dirigiendo ABC he redactado unos cinco mil faldones de la portada, y también me sentí muy satisfecho ahí.
Creo que el periodismo es una profesión en que todo tiene una enorme belleza. Cuando te habitúas, ya sabes hacer filosofía de la historia o pura literatura con un titular, eso es impresionante. Recuerdo un caso, cuando Inglaterra era la dueña del mundo, una vez hubo una tormenta y El Times puso el título “El continente aislado”, pero, fíjate, no refiriéndose a Inglaterra sino al resto de Europa. Eso es un título certero, de una belleza extraordinaria, que refleja a una idea de filosofía de la historia como podía tener Toynbee o Spengler.
¿Podría recordar alguna situación de su experiencia profesional que le haya marcado profundamente?
Hay dos cuestiones que me han marcado a fondo. Una, cuando recorrí las sierras de hambre en África y Asia para escribir mis libros “El grito de Oriente” y “La Negritud”. La contemplación de ese mundo de miseria, de niños que mueren de inanición es una cosa tremenda. En aquellos viajes ha habido muchos momentos en que me he sentido removido por dentro, y toda mi vida he seguido trabajando sobre eso.
La otra cuestión ha sido las veces que he sido un corresponsal de guerra: yo hice la guerra del Congo, dos guerras en Israel, estuve siete veces en Vietnam, y la guerra en Camboya. Cuando estás allí te das cuenta de que no hay guerras justas, ni necesarias, ni imprescindibles, ni santas: la guerra es una atrocidad terrible.
¿Cómo ha cambiado la imagen de Rusia y de los rusos en los últimos 20 años en España?
Creo que la percepción que hay ahora es una percepción generalizada en todo el mundo occidental. Efectivamente, Rusia se ha desembarazado de una dictadura especialmente opresiva de setenta años, que fue la dictadura comunista, y ha entrado en democracia no muy perfeccionada. España necesitó cuarenta años, pero la dictadura rusa fue más extensa, por lo tanto, a lo mejor Rusia necesita treinta años más para que cristalicen las formulas democráticas.
El problema que tiene Rusia ahora es que cuando se viene abajo la Unión Soviética le empiezan a dar mordiscos, a quitarle su lugar de influencia. En estos momentos la última manifestación ha sido Crimea, pero creo que Rusia va poco a poco a ir reconstruyendo el área de influencia en el mundo que le ha correspondido siempre, no desde ahora.
¿Qué consejo daría a un ruso para comprender mejor España?
Los pueblos se manifiestan en su literatura. Si uno lee a García Lorca, a Miguel Delibes o el teatro de Buero Vallejo, entiende una parte de España de fondo. En efecto, creo que el pueblo ruso y el español son muy parecidos (ambos tienen esas condiciones de creación artística, de abnegación, de patriotismo), con una ventaja enorme, que es que nunca hubo un enfrentamiento entre Rusia y España. Hemos tenido contenciosos terribles, históricos, con Inglaterra, Francia o Italia, pero con Rusia no. Por eso aquí se quiere mucho a los rusos. Y en Rusia es muy fácil -sobre todo en las manifestaciones artísticas-, ver la facilidad con que los rusos entienden lo español.
Tengo una enorme admiración por la literatura rusa. Recuerdo que una vez casi llego a conocer a Borís Pasternak. Era en los años 50, en Moscú se celebraba el Festival Internacional de la Juventud. Entonces en España uno no podía irse, había que obtener un permiso especial. A mí no me interesaba tanto el Festival, ya había leído la poesía de Pasternak, que tenía ese aliento lírico especial, y quería conocerle. Fui con un corresponsal de la prensa de Buenos Aires a su dacha, en Peredélkino, que está a ochenta kilómetros fuera de Moscú. Era una carretera espantosa, fuimos en un coche particular pero tardamos dos horas y pico en llegar. Nos abrió la puerta Olga Ivínskaya, que es el prototipo de Lara en “Doctor Zhivago”. Era una mujer muy amable con los ojos grises, preciosos, y nos dijo “Borís está en Moscú”. Tuvimos mala suerte.
¿Quién le inspira profesionalmente?
Amigos como Ryszard Kapuściński o Ingro Montanelli, por ejemplo. Pero la influencia sustancial que he tenido de una persona en el periodismo -y en su entendimiento es mi maestro-, fue el director en ABC, Luis Calvo. Era un periodista asombroso que en plena dictadura era capaz de sortear a la censura.
Winston Churchill dijo: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. ¿Existen estadistas hoy en día?
En el siglo XIX hemos tenido en España un gran hombre de Estado, que fue Cánovas del Castillo, y en el siglo XX, Felipe González. Cuando él ganó sus primeras elecciones, podía haber reformado la constitución como hubiera querido. Sin embargo, se dio cuenta de que el Estado instituido con la transición garantizaba la estabilidad y la prosperidad española para muchos años. Y lo mantuvo.
¿Y entre los gobernantes actuales?
No hay ni uno. Son dirigentes o presidentes del partido, más preocupados por el interés del partido que por el interés general.
¿Y entre los gobernantes actuales?
No hay ni uno. Son dirigentes o presidentes del partido, más preocupados por el interés del partido que por el interés general.
Texto: Irina Rodríguez-Bulgakova
Foto: archivo de Luís María Anson
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