· Entrevista ·
La aristocracia del espíritu
Ángel Gutiérrez, es catedrático de Interpretación, fundador y director artístico del Teatro de Cámara Chéjov de Madrid. Es un hombre con una vida extraordinaria: español de nacimiento, ha vivido casi 40 años en Rusia y fue criado en su cultura. Realizó estudios de Dirección Escénica en la Academia Estatal de Arte Teatral de Moscú, donde sus profesores fueron alumnos directos de Stanislavski, Vajtángov, Meyerhold y Mijail Chéjov.

Durante casi 20 años fue también profesor de GITIS, trabajando además en distintos teatros moscovitas, en el cine y la televisión. Es una persona con un increíble encanto y energía, que posee el don especial de crear magia en el escenario y ser siempre fiel al oficio de toda su vida, el teatro.
A lo largo de esta entrevista nos habla sobre Rusia y España, desvelándonos su visión sobre Chéjov y el propósito del actor.
¿Cuáles son las características de una obra que le motivan a ponerla en un escenario teatral?
¿Cómo caracterizaría el estilo teatral español?
En España no hay estilo teatral, no hay poética. Lo que yo pude ver desde 1974 era la falta de sentido. Cuando no hay espiritualidad, sólo queda el vacío, el negocio. Sobre esto, muy claramente, hablaba Larra en sus escritos sobre teatro y García Lorca. Cuando la gente sólo piensa en la fama y el dinero y no reflexiona sobre lo qué pasará mañana en el mundo, en cómo nuestros niños van a vivir, entonces ¿qué estilo se puede tener?
¿Ángel, cree que en España conocen bien a Chéjov?
Es una pregunta muy difícil. Se puede conocer a distintos niveles, en profundidades diferentes. Aunque esté presente un elemento de diversión, mediante el cual atraemos al público, el teatro no es el simple entretenimiento. El drama o la comedia clásica, Aristófanes o las fábulas de Esopo provocan risa, pero esa risa se produce a través de lágrimas.
Yo intento conocer a Chéjov y constantemente hablo con él, continuamente vuelvo a releerlo. Tengo con él conversaciones y le pregunto: “¿De qué trata su obra, Antón Pávlovich? ¡Cuénteme el secreto!”. Creo que cuando muera la belleza, se acabará el mundo, -ésta es la idea-. Mientras no entiendo la razón por la que cogió la pluma y se puso a escribir –con sonrisas o con lágrimas- no puedo ensayar.
En España se ponen a trabajar la trama, pero no entienden que detrás de ella hay un gran sentido, que ha sido la razón por el que el autor escribió su obra.
Yo intento conocer a Chéjov y constantemente hablo con él, continuamente vuelvo a releerlo. Tengo con él conversaciones y le pregunto: “¿De qué trata su obra, Antón Pávlovich? ¡Cuénteme el secreto!”. Creo que cuando muera la belleza, se acabará el mundo, -ésta es la idea-. Mientras no entiendo la razón por la que cogió la pluma y se puso a escribir –con sonrisas o con lágrimas- no puedo ensayar.
En España se ponen a trabajar la trama, pero no entienden que detrás de ella hay un gran sentido, que ha sido la razón por el que el autor escribió su obra.
En mi escuela hay alumnos de diferentes países. Siempre les explico el concepto del teatro de Stanislavski y la metodología del trabajo con un actor; les enseño que el teatro es un conjunto, una orquesta. Si esto no se entiende, no hay teatro. Dios dió a luz a un actor con una misión. Los actores españoles, aunque sean muy talentosos, no están educados en Púshkin, Lérmontov… Mientras que los rusos los sabemos desde la infancia. Hay que leer mucho. Mis alumnos son las personas que más leen en España. Ellos leyeron más literatura rusa que los académicos españoles. Leen todas las obras de Dostoievski y Chéjov.
¿El público español es diferente del espectador ruso?
Desde los tiempos de Pushkin en Rusia había una tradición. El público era aristocrático, burgués y se desarrollaba a la par del teatro. En la época del socialismo, la dictadura del proletariado no pretendía destruir los teatros; intentaron hacer otro repertorio, porque estaban formados con grandes ejemplos: leían a Chéjov, Ostrovski, Mayakovski, Naidénov, Sújovo-Kobylin. El público fue educado en los impresionantes ejemplos de las explosiones teatrales (del Teatro Maly, el Teatro Mariinski). En cada ciudad había un teatro. Durante tres años yo trabajé en el Teatro de Chéjov en Taganrog, en un edificio proyectado por un arquitecto italiano en el siglo XVIII. Era algo increíble, una ciudad pequeña de provincia con apenas de 200 mil habitantes y ¡con un magnífico teatro! En realidad cuando hay verdad, Dios y música, todos los pueblos empiezan a sentir sutilmente. Y los españoles no son la excepción.
¿Qué cosas le inspiran?

Y, desde luego, mi querido profesor Andrey Mijáilovich Lobánov. También Georgiy Aleksándrovich Tovstonógov, Borís Aleksándrovich Pokrovski, Bulat Okudzhava, Vladímir Vysotski, Andrey Tarkovski, que fueron mis profesores y amigos, y que dieron su vida por la verdad, la belleza y la justicia. Me enseñaron a amar la vida, a ser humanista y a ser sincero como artista y como persona.
¿Cuál es su recuerdo más destacado sobre Rusia?
Sobre esto tengo mucho escrito en mis diarios. Hay unos momentos concretos: por ejemplo, la guerra. Cuando a nosotros, los niños que vivíamos en un orfanato, nos sacaron del asedio de Leningrado, el tren que nos llevaba pasó por la inmensidad de la estepa rusa nevada. El tren paraba en cada estación para dejar pasar a los trenes que desde el este venían cargados de armamento. Salimos en la estación “Kipyatok”. Había 40 grados bajo cero. En un andén vimos a unas mujeres que vendían patatas hervidas, manzanas y pepinillos marinados. Había hambruna... De repente una de ellas nos dijo: “¡Qué niños con ojos tan negros! ¿De dónde sois?”. “Somos españoles”. “¡Pobrecitos!” - se puso a llorar y nos dio sus patatas. En mi guión cinematográfico sobre los niños españoles (que no me permitieron realizar), “A la mar fui por naranjas” hay dos temas musicales: español y ruso. Y el tema ruso es una canción “Estepa y estepa alrededor”. Es la imagen de Rusia para mí.
¿Cuáles son las dificultades que puede encontrar un ruso en España?
A pesar de que en España encontré a unas personas maravillosas, me sentía mal. Quizás por la envidia, quizás por la indiferencia ante los problemas de otras personas. Creo que si los rusos hubieran venido a España en los años 30, antes de la guerra, puede que les hubieran recibido mejor. Había otro ambiente, la miseria unía a las personas y les hacía más bondadosas. Ahora, cuando el capitalismo entró tan bruscamente en este bonito país, el egoísmo y la falta de solidaridad han sido una norma. Por ello sentí el deber crear aquí un centro cultural ruso, el teatro ruso, para unir Rusia y España. ¡El pueblo ruso ha dado tanto a los niños españoles que acogieron durante la Guerra Civil! Nadie más en el mundo ha hecho algo similar. Por eso España tiene una deuda enorme ante Rusia.
¿Hay algo de lo que se arrepiente?
A veces me arrepiento de haber venido a España. Pero creo que fue correcto, que Dios me llevó hasta aquí, porque hice lo que tuve que hacer: crear un teatro con alma rusa. Mi talento creció en la tierra rusa y está alimentado por Pushkin y Chéjov. Todo lo que yo tenía, lo di siempre a mis alumnos, y con su ayuda hice “La Gaviota”, “El jardín de los cerezos”, “El pabellón número 6”, “Veraneantes”... Tengo alumnos con talento, pero me gustaría tener discípulos. No míos, sino de Stanislavski. Quiero que ellos comprendan que ésta es la única forma de trabajar en el teatro.
¿Qué le pide a la vida ahora?
Pido a Dios que me de energía y salud para hacer por lo menos uno o dos espectáculos más de Chéjov. Quiero hacer de nuevo “El jardín de los cerezos” y entregar todo lo mejor que hay en mí y en esta excelente obra de Chéjov.
¿Qué consejo daría usted a un actor jóven?
No pensar en sí mismo, sino en Dios. A través de Dios aprender la ética de Chéjov. Trabajar en aras de la justicia, la bondad y el amor. El teatro es un templo y no un comercio.
¿Cuál es su recuerdo más destacado sobre Rusia?
Sobre esto tengo mucho escrito en mis diarios. Hay unos momentos concretos: por ejemplo, la guerra. Cuando a nosotros, los niños que vivíamos en un orfanato, nos sacaron del asedio de Leningrado, el tren que nos llevaba pasó por la inmensidad de la estepa rusa nevada. El tren paraba en cada estación para dejar pasar a los trenes que desde el este venían cargados de armamento. Salimos en la estación “Kipyatok”. Había 40 grados bajo cero. En un andén vimos a unas mujeres que vendían patatas hervidas, manzanas y pepinillos marinados. Había hambruna... De repente una de ellas nos dijo: “¡Qué niños con ojos tan negros! ¿De dónde sois?”. “Somos españoles”. “¡Pobrecitos!” - se puso a llorar y nos dio sus patatas. En mi guión cinematográfico sobre los niños españoles (que no me permitieron realizar), “A la mar fui por naranjas” hay dos temas musicales: español y ruso. Y el tema ruso es una canción “Estepa y estepa alrededor”. Es la imagen de Rusia para mí.
¿Cuáles son las dificultades que puede encontrar un ruso en España?
A pesar de que en España encontré a unas personas maravillosas, me sentía mal. Quizás por la envidia, quizás por la indiferencia ante los problemas de otras personas. Creo que si los rusos hubieran venido a España en los años 30, antes de la guerra, puede que les hubieran recibido mejor. Había otro ambiente, la miseria unía a las personas y les hacía más bondadosas. Ahora, cuando el capitalismo entró tan bruscamente en este bonito país, el egoísmo y la falta de solidaridad han sido una norma. Por ello sentí el deber crear aquí un centro cultural ruso, el teatro ruso, para unir Rusia y España. ¡El pueblo ruso ha dado tanto a los niños españoles que acogieron durante la Guerra Civil! Nadie más en el mundo ha hecho algo similar. Por eso España tiene una deuda enorme ante Rusia.
¿Hay algo de lo que se arrepiente?
A veces me arrepiento de haber venido a España. Pero creo que fue correcto, que Dios me llevó hasta aquí, porque hice lo que tuve que hacer: crear un teatro con alma rusa. Mi talento creció en la tierra rusa y está alimentado por Pushkin y Chéjov. Todo lo que yo tenía, lo di siempre a mis alumnos, y con su ayuda hice “La Gaviota”, “El jardín de los cerezos”, “El pabellón número 6”, “Veraneantes”... Tengo alumnos con talento, pero me gustaría tener discípulos. No míos, sino de Stanislavski. Quiero que ellos comprendan que ésta es la única forma de trabajar en el teatro.
¿Qué le pide a la vida ahora?
Pido a Dios que me de energía y salud para hacer por lo menos uno o dos espectáculos más de Chéjov. Quiero hacer de nuevo “El jardín de los cerezos” y entregar todo lo mejor que hay en mí y en esta excelente obra de Chéjov.
¿Qué consejo daría usted a un actor jóven?
No pensar en sí mismo, sino en Dios. A través de Dios aprender la ética de Chéjov. Trabajar en aras de la justicia, la bondad y el amor. El teatro es un templo y no un comercio.

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