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Madrid, ciudad abierta a nuestros caprichos

En uno de mis artículos anteriores escribí sobre Moscú, la vida y sociedad de la capital rusa. Esta vez quiero lanzar mi mirada a una de las ciudades más bellas de Europa, Madrid.

No estoy exagerando si digo que Madrid para mi es una ciudad muy cómoda y tranquila en comparación con Moscú. Tal vez, sea por la cantidad de sus habitantes, que son mucho menos que en la capital rusa (más de 10 000 000 habitantes frente a menos de 4 000 000 en Madrid) o por el modo y el ritmo de vida en la capital española.

Esta ciudad no deja de cuidarme: uno de los principales encantos de Madrid es la abundancia de sus parques y jardines. Cualquiera puede disfrutar de la naturaleza sin ni siquiera salir de la ciudad. El Parque del Retiro es, sin duda, uno de los lugares más populares, sobre todo, para los turístas. Las extensiones de la Casa de Campo, un lugar menos turístico, atraen a los propios ciudadanos para tomar un tentempie, tumbarse en el césped o hacer varios kilómetros en bicicleta. El agetreo de la ciudad la cubren las capas pintorescas de los arboles y aguas serenas del lago donde disfrutar de los paseos en barca.

Esta ciudad no deja de sorprenderme: no muy lejos de la Gran Via se encuentra el Templo de Debod, regalo del Gobierno de Egipto a España (año 1968). Este Templo egipcio está situado en la colina del Príncipe Pío junto al parque del Oeste, rodeado del verdor de sus jardines umbrosos. Delante de esta joya oriental se encuentra el mirador, desde el cual se puede disfrutar de los paisajes espectaculares de la ciudad a vista de pájaro.

La magnitud de la Casa de Campo y las cumbres del Guadarrama por un lado, y la solemnidad del blanco y gris del Palacio Real, por otro, causan una impresión inolvidable y siempre me llena de agrado encontrar un “refugio” en este oasis vegetal.

Esta ciudad no deja de enseñarme: los museos, bibliotecas, diferentes centros científicos y culturales calman la sed de conocimientos e invitan a emprender un viaje a otros mundos y otras épocas.

Esta ciudad no deja de mimarme: la zona céntrica de Madrid con sus típicas cafeterías madrileñas, construidas a principios del siglo pasado, y terrazas escondidas en las estrechas calles o las antiguas plazas, donde siempre cedo a la tentación de disfrutar de su variedad gastronómica o, simplemente, tomar una taza de chocolate caliente.

Esta ciudad no deja de ayudarme: con mucho gusto utilizo el transporte público, metro y autobuses, que me llevan a cualquier punto de la ciudad en un tiempo record.

Esta ciudad no deja de regalarme los encuentros con sus amables y hospitalarios habitantes. No tengo miedo de perderme en la gran ciudad, ya que estoy segura de que cualquier madrileño o madrileña me indicará la dirección que busco. Lo dos años que llevo en Madrid pueden parecer poco para unos, y mucho para otros, pero creo que no importa el tiempo, sino la intensidad con la que uno vive y experimenta las cosas, y yo las vivo tanto que parece que llevara toda mi vida aquí.

Madrid atrae a muchos soñadores a buscar, investigar, descubrir y quedarse sorprendido. Una ciudad que respira, que habla y se comunica conmigo constantemente. Una ciudad cosmopolita: el bullicio sonoro, el choque de las culturas y el foco de la historia, música y arte. Una ciudad que alberga la magia y el encanto excepcional que me transmiten sus calles y callejuelas, los parques y avenidas, una espléndida arquitectura, las cafeterías y terrazas abiertas, el olor de pan y chocolate caliente, los habituales rayos de sol y, sobre todo, sus habitantes.
 

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